


Si me permiten un par de minutos, voy a tomarme la libertad de hacer algo que no deberíamos hacer los periodistas: hablar de noticias refiriéndónos no al hoy sino al ayer.
Y digo que no deberíamos los periodistas hablar del ayer cuando la noticia, que es de lo que vivimos, es un concepto ligado al hoy, al ahora. Pero sucede que ayer, cuando terminamos Hoy por Hoy, dedicado a las metidas de pata del día de los inocentes, al salir a la redacción, mis compañeros estaban viendo Telesur. Masoquistas que son ellos y masoquista que soy yo, me senté a escuchar a un Hugo Chávez básico, primitivo, primario…
Me llamó profundamente la atención ver al señor presidente de Venezuela en uniforme militar con insignias, rango, apellido… todo muy propio del combate, y fue precisamente lo que hizo ayer al medio día: lanzarse en un ataque verbal contra este país, pero, como suele hacerlo en los últimos meses, camuflado. Camuflado porque mientras regalaba públicamente todo tipo de piropos y halagos para los colombianos, arremetía contra el presidente Uribe, con epítetos que en boca de Chávez… y que gran boca… en boca de Chávez pierden el carácter de palabra de estado y se asemejan mucho al lenguaje de la vulgar riña callejera de malevos.
El señor presidente Chávez debe recordar que, con sus defectos, que no son pocos, Álvaro Uribe encarna la unidad nacional. Así que puede el señor presidente Chávez ahorrarse elogios y palabras edulcorantes para los colombianos, porque todas se tornan amargas si en la misma frase ofende al presidente de los colombianos que, repito, tiene muchos defectos, quizás el más evidente el de estar amañado con el poder, y eso nos aterra a muchos, precisamente en el entendido de que esa tentación lo pone en punto común con el señor presidente de Venezuela. Y es que en evitar las coincidencias del mandatario de los venezolanos con el de los colombianos radica la única protección que tenemos para que Colombia no sea un día lo que desafortunadamente es hoy Venezuela.
Y quiero, para no alargarme como se alarga el señor presidente de Venezuela en sus discursos, costumbre muy de los tiranillos de factura tropical… quiero, digo, recordarle una última cosa a su excelencia: la próxima vez que elija ofender, pisotear y mancillar la memoria de Francisco de Paula Santander, recuerde sólo una cosa: a él, a diferencia de usted, excelencia, nunca le quedaron grandes las botas. Tampoco la lengua. Por lo que nadie se vio tentado jamás a colgarlo de ella… ni siquiera Bolívar, del que usted, señor presidente de Venezuela, es genial caricatura.
Un detalle final: tiene usted razón en negar la existencia de campamentos guerrilleros en territorio de su país. Seguro que no los hay; no se necesitan. Para esos menesteres usted dispone de una importante infraestructura hotelera y de un cómodo Palacio de Gobierno.
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